miércoles, 1 de agosto de 2007

Espejo Pretérito

Quizá el título, quizá no. Un escrito del que me cuesta desarraigarme y hacerlo público. Sólo lo han leído dos personas. Mi hermano -Héctor- y el viejo (Tadeo). Al primero le he dicho ne una conversación que mantuvimos en el msn: "Cuando releí esta historia me sentí desnudo. Sólo yo y el exterior. Nada en el medio. Me sentí cual Dorian Gray con su retrato".

Es mi parecer que este escrito es una parte de mí o quizá todo de mí. Quizá sea el Sur del Sur.

El joven le pregunta: -¿Algo ha cambiado desde qué escribio aquéllo?
El anciano abre los ojos, bien grandes, su tono gris resalta bajo la luz de la lámpara. Un brillo se denotan en ellos. ¿Un recuerdo fugaz quizás de su adolescencia? Su bigote se inclina un poco y sus labios dibujan una profuda y enigmática sonrisa. Quien entendiera los gestos del viejo habría percibido la gran carcajada que éste se hacía a sí mismo. Claro está, el joven no entiende la sutileza de la situación, ajeno a la experiencia que da la edad.
-Cuando era niño tenía una flauta de madera, toscamente tallada, con una historia particular de quien la fabricó que, bueno, ahora no viene al caso. Recuerdo cuánto adoraba aquel instrumento, pero más aún la nota que producía. No era en absoluto melodiosa, pero tenía esencia propia. Muchos días de mi vida la toqué, siempre el mismo sonido. Inalterable. Un día la nota cambió, sí yo me di cuenta aunque mis padres sostuvieran que era exactamente idéntica. Busqué en las partituras, en mis cuadernos de clase, en cualquier papel donde hubiera podido garabatear el dato de aquella nota y cómo tocarla. Rápidamente desesperé ante tal desaparición, creí sin más que mi nota se había dado a la fuga como siempre había temido. La nota era cuerpo en sí. La nota era alma en sí. Quizás parte de la mía y ahora se había desvanecido, cual tormenta de verano proviniente del oeste tras una fuerte acometida se va sin dejar más rastro que el recuerdo de una lluvia fresca.
"Tras unos años que parecieron un letargo infinito en mi vida, me encontraba yo acomodando unos libros cuando un pedazo de pergamino cayó al suelo de la biblioteca. Me agaché, recogí del piso aquel producto del papiro observando que había algo escrito. Lo acerqué a mis ojos y para mi sorpresa ahí en una reluciente tinta negra como hollín ebanístico estaba claramente escrito lo que había abandonado su búsqueda hacía ya tiempo. Aún cuando era mi letra, aún cuando la tinta olía a incienso y el trazo fino y estilizado era el de una exquisita pluma de cisne de cuello negro que había recibido de mi madre, aún cuando el pergamino me resultara vagamente familiar; dudaba que lo hubiera escrito yo. De todas formas, mi felicidad por volver a encontrar un tesoro perdido pudo más que el aturdimiento, la duda o el enigma. Sonreí de una manera que nunca lo había hecho en muchos años, sonreí como un niño. Esa sonrisa tan pura que sólo ellos saben como expresarla y que el reloj de la edad sabe como esconderla y, hasta a veces, sepultarla para nunca más volver.
"Busqué la flauta en el moribundo baúl de mi habitación. Un lugar alejado de los hilos que aceleran la vejez y también, por que no, procurando mantenerla fuera del alcance del incidiodo polvo y la amenaza de la rotura. Abrir el baúl fue como abrir un Libro de Historia y una caja de Pandora al mismo tiempo. Mi madre me diría, una lluviosa tarde de marzo cuando tomando mate con tortas fritas en la galería de mi casa y viendo a la copiosa multitud de lágrimas diamantinas estrellarse en el suelo, que los recuerdos son cárceles para el goce y la tortura. Me extrañé, nunca antes le había encontrado significado a las palabras y, sin embargo, ahora repiqueteaban en lo más fondo de mi ser como golpes sonoros a un enorme gong. Levanté su tapa de madera y de inmediato reconocí a aquel olor. Aroma a olvido y anécdotas. Pareciera como si toda mi infancia se hubiera detenido allí o al menos la hubiera guardado como si temiera que el ladrón de memorias de mis pesadillas pudiera quitármela. Sí, también lo recordaba luego de años sin verlo...
"Sin más, comencé el arduo trabajo de encontrar en aquel revoltijo de fotos, libros, juguetes y quién sabe cuánta chuchería más, el estuche granate. Lo saqué del baúl y luego estraje la flauta de él. Recuerdo que mis manos estaban temblorosas y mi respiración agitada. Mis ojos habían comenzado una batalla ya perdida y ríos salados surcaban mis mejillas. Posé la boquilla en mi labios...
El viejo contaba aquella historia como si la reviviera nuevamente. No sé si fue su tono de voz o tal vez el aire cálido y espeso que desprendría el crepitar de la leña de la chimenea; o tal vez el refulgir que desprendía ésta pero yo también sentí que estaba inmerso en aquella historia, viviendo una vida prestada, abrazándome a ese mundo de sensaciones.
La cara del viejo había cambiado llegado ese punto o, a lo mejor, sólo impresiones mías. La denotaba más sabia, más añeja, más arrugada. Era la cara de un árbol viviente desprendiéndose de las más preciadas de sus hojas que con tanto ahínco y celo había mimado, protegido y mantenido en secreto. Su más recóndito quizá y del cual él era único guardián y conocedor.
-Cuando mis labios tocaron la boquilla, entonces comprendí. La expresión de felicidad y excitación, estoy seguro aunque no había espejo cerca, se había borrado de mi rostro y, con todo, me sentía pleno. Comprendí algo que hasta entonces había estado detrás de un velo y de pronto aquél hubiera sido descubierto.
Lo que comprendió el viejo al fin nunca lo supe. Se calló de repente, quizás no tanto. Yo esperaba ese silencio. No te negaré mi curiosidad, ni mi ansiedad por saber qué fue lo que comprendió. Pero, no obstante, algo me abstuvo de preguntárselo. Por ahí, si lo hubiera hecho el viejo me habría contestado. Pero te repito, no lo hice, ni quise hacerlo. ¿Si me arrepiento? No, y volvería a callarme las infinitas de veces que ese momento se repitiera si alguien con tal poder me lo ofreciera revivirlo. No sé qué me motivó a hacerlo o, mejor dicho, a no hacerlo. Tal vez, me sucedió lo que al viejo o esperaba que en algún momento me pasara. Esa sensación, ese suceso, esa extraña sabiduría súbita. Ese giro repentino.
¿Qué pienso qué comprendió? Sigo preguntándomelo...

escrito un 18 de Enero de 2007.

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