domingo, 5 de agosto de 2007

El enlace

Bueno, hoy vino a mi mente algo y mientras escaneaba fotos para mi nuevo álbum (no tengo camara digita, alguien haga una vaquita y juente guita para este pobre argentino jajajaj) se apoder de mí el yo literario y escribió algunas líneas.
No es precisamente, luego de haberlo escrito, algo que me haya dejado satisfecho como "Espejo pretérito". ¿Por qué? Porqu eno es algo realizado sino algo a realizar. "El enlace" como titulé a estas oraciones me separan al río en dos brazos y me provoca indecisión sobre cuál de los dos seguir escribiendo, el uno que sin dudas tendrá influencia tolkiana y rowliana y un otro del que seguro será más mío que de otro aunque inherentemente están allí Ruiz Zafón, Borges, Auster y Gudiño Kieffer.


El Enlace

Y se quedó contemplando las llamas, con la mirada perdida, pensando en la noticia recién recibida.
Acercó sus manos a las llamas de la estufa, acto involuntario de sus manos buscando un calor que había perdido en el momento que oyó esas malditas palabras. Muy lentamentamente sus dedos se movieron y se entrelazaron, sus codos se apoyaron en sus rodillas, su espalda se arqueó... finalmente su cabeza se rindió ante la fuerza de la gravedad y se inclinó al piso, hacia las baldosas frías y brillantes de ese granito insensible y fuerte. Su respiración seguía siendo acompasada y rítmica como si eso no hubiera realmente pasado...
-No, no puede haber sucedido -murmaraba para sus adentros.
Se me heló el corazón, verlo así abatido. Cuán doloroso es ver a ese hombre tan valiente, tan sincero y puro de moral destruido. Se enconó sobre sí y hubiera jurado que las sombras conquistaron el ambiente aún siendo las luces las mismas. Permanecí parado, contemplando aquella figura extraña antes mis ojos, comprendí que hasta ese entonces no lo había conocido del todo. Busqué sus ojos, esos ojos profundos como piscinas rebosantes de semillas de café que siempre me leían la mente o me reconfortaban con su ajena alegría. Vi los ojos pero supe que realmente no los vi. Estaban velados para mí, estaban vueltos hacia dentro aún cuando sus pupilas se fijaran al fuego y quedaran expuestas a mis furtivas miradas. Debo decir que no pude resistirlo. Salí de la casa monocorde. Estaba todo perdido...
El péndulo del reloj movió las agujas y las campanadas retumbaron dando las once de la noche. Seguía impasible, sentado en aquella silla de dura madera. Era extraño, el calor llegaba tibia y lejanamente a su rostro, una horda de escalofríos asaltó el resto de su cuerpo. La escarcha era invencible y ya no había mucho por hacer. Sabía que esa derrota lo llevaría a tomar drásticas decisiones. Se pusó de pie igual o más despacio aún de los que habían sido todos sus actos en esos minutos nocturnos. El transeúnte que lo vio por la ventana dijo que sintió el aire pesadamente dubitativo en la taberna del puerta cinco noches más tarde, como si los hombres tuvieran un sexto sentido. No digo lo contrario, lo tienen. Pero este transeúnte en particular poseía un sexto sentido como la misma afinidad por la música que un Mandágoro (si se permite la expresión de los pueblerinos de Hamod).
Fue hacia la puerta roja típicamente de quebracho y tomó el picaporte. No lo giró, retiró su mano, dio medio vuelta y volvió sus pasos hacia la estufa. Sobre ella, descansaban los extraños dados de 9 caras que la anciana le había dado y las tres pequeñas bolsas de cuero que cabían en la palma de una mano. Se quedó observándolos durante unos minutos...
-Y ahora ha muerto... el destino no es destino sino azar. ¡Qué extraños se ven sobre el hierro negro! La plata refulge en esos caracteres como no lo ha hecho nunca y la madera de la que están hechos simplemente se desvanece... sólo los símbolos existen... -Hay otros sentidos en los ojos además de la vista- le había dicho la anciana en uno de sus encuentros. Tomó los dados y las bolsas de cuero y los guardó en uno de sus bolcillos. No había nada más en aquella habitación para él. Ese camino había muerto. Salió a la luz lunar donde su caballo y sus compañeros lo esperaban...
Se sabe que los líderes son extrañas personas hasta ciero punto hurañas. Así lo era él. Lo que no se sabe es si han sido siempre huraños (o hurañas). Paradójicamente poco se conoce de sus infancias y adolescencias, porque pocos con los que recuerdan y pocos son los que se atreven a contar. No, no por temor sino por secreto. El pasado, el pretérito esconde muchas verdades, muchos recuerdos, muchas fuerzas, muchas debilidades, muchas armas. En tiempos de vendabal, no hay que decirle al viento de que están hechas las velas del barco ni la madera que es su cuerpo ni nada sobre los seres que lo navegan. No obstante, el pretérito es fundamental. Muchos han de corroer la historia, han de manipularla para su benficio, distorcionar sus cabidades e incluso mutilar sus miembros. Muchos otros ilusos (o no) han de desestimarla suponiéndola inocherente, inconsisa, sin importancia. El líder sólo puede guíarse si conoce el pretérito. De ahí, que ni el destino ni el futuro existen sin pretérito.

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